martes, 19 de enero de 2010

Tirilio, el esclavo...

Inicialmente eran cientos, de las mas diversas procedencias y edades, las pregrinaciones por las distintas ciudades, mercados y puestos de campaña como Piamonté, Piacenza y las costas de Cabiria hicieron que el lote disminuyera en su numero, quedando reducido a unos veinte... Ellos eran los que llegarían al mercado de Roma, donde serian puestos a la venta al mejor precio y postor. Ya desde muy temprano la muchedumbre se hacia sentir, cientos de Romanos trajinaban las callejuelas del mercado, que habría cada 9 días, seducidos por sus variadas mercaderías recorrían sus puestos en busca de productos de primera necesidad, frescos comestibles, dátiles de Oriente, aceitunas, cueros, granos, quesos, productos de orfebrería, cestas y varias cosas que llegaban a Roma atravez del Tiber. Esto, junto con la venta de esclavos era una cita inpostergable para los Romanos , la necesidad de aprovisionarse y de comerciar, junto con los productos ofrecidos le impregnaban al mercado un halo muy particular, un aroma único. LLegaban de todas las regiones y de los mas diversos y remotos destinos. Los carros, que transportaban a los Latifundia, propietarios de grandes expansiones y granjas agrícolas iban poblando la vía y el acceso al mercado, descargando sus manufacturas exedentes, aprovisionandose de otras y adquiriendo esclavos para el trabajo de su tierra...

Roma aumentaba su territorio en Italia y era como un gran huerto, su clima templado y la fertilidad de su suelo propiciaban la explotación agrícola de sus tierras, donde el gran propietario obtenía con el vino, el aceite o los pastos sus mayores beneficios en el mercado, pudiendo comercializar con otros productos, teniendo en cuenta costos de transporte...
Allí, sobre un extremo del mercado se erigía el atrio, un rustico entablonado de madera suspendido donde se exibian los esclavos puestos a la venta. De acuerdo a la ascendencia y lote cada mercader aguardaba su turno para hacer su venta. Alamhed, un vil mercader Egipcio, con harta experiencia en el rubro subía a exibir su mercancía, una veintena, donde hombres, algunas mujeres y algún niño, hastiados del vilipendio, el cansancio que les había producido los días de marcha para llegar allí, se movían presurosos obedeciendo al mercader que mediante su látigo, empujones , gritos y jalando con excesiva brusquedad la soga que mantenía unida a la mercancía humana buscaba ubicarlos de la mejor manera para su muestreo, de acuerdo a su valor y aptitud... Esta venta, era seguida atentamente por casi un centenar de hombres y mujeres Romanos que buscaban suplir la necesidad de mano de obra esclava que atendieran a sus necesidades particulares. Así, el lote fue vendido casi en su totalidad, debido a que era bueno, tanto aptos para quehaceres domésticos como para faenas rurales, según se los requiera..... Allí exibido, permanecía sin nuevo destino Tirilio, un joven de unos veintitantos años, quien había sido capturado por el mercader varias temporadas atrás, en inmediaciones de un puesto de campaña, y desde allí jamas pudo ser vendido en alguna oportunidad, ya que los eventuales compradores lo juzgaban muy débil y delgado para labores agrícolas y poco instruido para servir a nobles y patricios Romanos. Esto provocaba posteriormente una desmedida irritación a Alamhed, ya que debió alimentar durante temporadas y no lograba sacarle un reedito económico que justifique su tenencia, entonces se transformaba en el centro de su ira, en el blanco predilecto de su incansable látigo y en el receptor de todas sus desgracias, frustraciones y calamidades. Pero esta vez el destino suyo seria otro, un matrimonio Romano que ya había adquirido dos esclavos en el remate había captado su interés en el, y al finalizar el remate en una rápida transacción y pagando unos pocos denarios por el lo hicieron su propiedad... (Muchos y encontrados fueron sus sentimientos, ya que esta alternativa lo eximía de lidiar y ser propiedad del cruel Egipcio, pero el desconocimiento de lo que vendría y lo que le depararía su nueva existencia en manos de sus flamantes amos y que ocupación le darían le nublaban su mente...) Al ser conducido al carro debió soportar los últimos hostigamientos de su antiguo dueño, quien insistía que fuera atado a la parte trasera del carro, debiendo transitar de a pie el largo trayecto que unía a Roma mediante la Vía Apia con el latifundio de sus nuevos dueños en la región de Campania. Pero estos, contradiciendo al mercader y teniendo ocupado en su totalidad el interior del carro, llevando cestas, granos, ánforas de vinos y los dos esclavos recién adquiridos allí, decidieron ubicarlo adelante, sentado entre ellos en el estrecho banco de conductor, lo que provocaba un ensimamiento y roce continuo de sus cuerpos, solo optaron como medida de seguridad, atarle las manos con una soga al hierro del carro que funciona como protección en su parte delantera, para evitar una agresión o eventual fuga....

El carro partió en su lenta marcha dejando atrás la gran urbe e internándose a medida la vía en zonas rurales, donde el sol comenzaba a ribetear el contorno del maíz refulgiendo en su halo dorado, y también se comenzaban a adivinar las siluetas de frondosas vides y olivares, cultivos por excelencia de la región, que labraban furiosamente y de sol a sol innumerables cuadrillas de desdichados esclavos....

Sempronio, era un hombre maduro, entrado en edad, bajo de altura, pero de consistencia física grande fuerte y de gran musculatura, cuyo potencial se ostentaba en sus brazos, que dejaban ver su blanca túnica, desprovista de mangas. tenia una calvicie casi total, a excepción de los contados cabellos que adornaban con su forma enrulada los laterales de su cabeza, su piel era muy colorada, al igual que su cara, y especialmente su nariz, sus ojos algo achinados, incrustados en su cara adusta. Sus modales eran hoscos, al igual que sus gestos, tal vez algo exacerbados por una mueca repetida, realizada con su boca, torciéndola hacia un extremo, como si estuviera intentando retirar un resto de comida atrapado en un molar...

Cleereta, su mujer, era varios años mas joven, era rubia y bonita dentro de su tipo rollizo, su tez extremadamente blanca, llevaba sus cabello prolijamente armado en una toca, lo que resaltaba aun mas de por si sus finas y si se quiere graciosas facciones del rostro, salpicado por un numero menor de pecas, donde sus grandes ojos, de formato redondo y muy claro color, saltaban huidizamente de un extremo al otro, como si no pudieran reposar jamas en algún lugar fijo... Sin embargo, eran sus pechos lo que realmente llamaban la atención, ya que eran de proporciones verdaderamente muy grandes... Entre ellos no había dialogo alguno, solo algunas miradas rápidas entre si, y también hacia Tirilio, el nuevo esclavo, quien siendo conocedor de su situación y ante la cercanía física inmediata de sus amos optaba por bajar la mirada hacia abajo cuando ello sucedía. El calor era sofocante, el sol ardía en los pastos y a su vez aumentaba mas y mas la temperatura corporal de Tirilio, quien deseaba de forma desesperada refrescarse con agua, su piel, expuesta a esta gran temperatura, era cubierta por una vieja túnica raída y sucia, que solo le cubría las partes intimas y algo un poco mayor a un hilo cruzaba su hombro izquierdo, dejando al descubierto mas de la mitad de su torso, esto hacia que fuera mas evidente su penosa situación servil, sumado a que la vestimenta finalizaba un dedo abajo del inicio del muslo, quedando totalmente expuestas sus largas y flacas piernas, que remataban en sus pies calzados con un par de viejos y rusticos zuecos, ya muy deteriorados. Su pelo estaba cortado casi a centímetro de su cabeza y en su rostro, dos grandes ojos verdes, como aceitunas, daban un aire de dignidad y hermosura en el muy marcado..... En un alto en el camino, al llegar a un pequeño arroyo, frena el carro para ser refrescados los bueyes y allí Tirilio recibe su reacción de agua, brindada por su ama, quien por primera vez en el viaje le dirige la palabra, y curiosamente en un tono imperativo, ordena refrescarse a el, junto a los otros esclavos. Al retomar la marcha, que se desarrollaba en forma muy lento por lo cargado del carro sumado al cansancio de la yunta de bueyes, quienes pese a su gran porte no podían desarrollar gran velocidad, y solo eran avivados por Sempronio quien conducía a la yunta valiéndose de una larga y fina vara de durazno, que le servía y hacia las veces de fuete, donde en repentinas y variadas ocasiones su azote producía un zumbido fuerte y veloz en el aire que concluía con el restallido en los cuartos trasero o los lomos de los animales...

Este sonido, lo llenaban a Tirilio de sensaciones encontradas, porque si bien esos azotes no eran dirigidos hacia el, una vez mas ponían al descubierto su indefensión y el se sabia echado a la suerte y designio que le reserven para si sus nuevos amos... Sempronio y Cleereta, ajenos a estas vacilaciones, ya mas animados por el poco trayecto que restaba para arribar a su finca, sacaban a relucir su buen humor, entonando una canción, algo graciosa, y cargada de alegorías lugareñas:

Pleno de pesado grano

y vino de Campania, poseído de olivos

y prósperos rebaños

Es allí continua primavera

y sobrevive el verano

Paren al año 2 veces las vacas

y dos también

son las cosechas del manzano.!!

Larambe dam di di di !! Laram laram di di !!!.......


Luego de unas curvas y semi curvas, allí estaba el gran latifundio, de unas 70 iugeras, donde el grano, el vino, el olivar, los cerdos y el ganado eran parte de sus riquezas...

* ( Continuara.....)

martes, 5 de enero de 2010

La Esclavitud en Roma...

A realizar un breve repaso de la situación de los esclavos en esta antigua Civilizacion podemos apuntar que los esclavos eran muy numerosos en Roma, contándose hasta 900.000 en la ciudad en el siglo 1. Hacían todos los trabajos domésticos y ejercían todos los oficios, todos los ciudadanos, aun los mas pobres, tenían esclavos, contandose ricos propietarios que poseían hasta veinte mil. Los compraban en el mercado donde los exponían sobre un estrado con un cartel que indicaba su edad, origen y cualidades.
Una vez comprados los esclavos llegaban a ser propiedad de sus dueños, que los trataban con excesiva dureza, porque el amo Romano no tenia por sus dependientes los sentimientos humanos y consideraciones del Griego. Catón recomendaba que se vendiese como hierro viejo, y sin vasilar, al viejo esclavo que ya no pudiese trabajar...
Si bien existían varias categorías de esclavos, se diferenciaron en dos grupos mayoritarios.
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* Esclavos Urbanos: Estos tenían una suerte bastante suave, sobre todo los que tenían un talento particular, como preceptores, médicos, artistas, artesanos etc. Los domésticos, que abundaban, debían realizar todas las tareas del hogar y servir en todo a sus amos.

Existían cocineros, peluqueros entre los mas diversos oficios que realizaban, inclusive había un esclavo que se dedicaba exclusivamente a vestir a su amo y ayudarlo con la colocación de la toga.
El trato que recibían no siempre era bueno, porque al ser una propiedad, estaban sujetos a los caprichos designios y planes de sus amos, dependiendo de la calaña del amo, era el trato que recibía el esclavo, pudiendo ser castigado por un buen numero de latigazos en el peor de los casos, o simplemente con una reprimenda verbal, si contaba con dicha fortuna...
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* Esclavos Rurales: Los esclavos de campo arrastraban una existencia horrible, sujetos a los mas duros trabajos, mal alimentados, vestidos con una simple túnica, calzados con zuecos y expuestos a todos los suplicios bajo la vigilancia de un intendente a villicus quien se hacia obedecer provisto de un látigo. Se le ponían grillos a los pies, soportaban azotes habitualmente y se les encerraba en una prisión o ergastula. El mas duro de los suplicios era dar vueltas a la muela de los molinos de trigo, donde se le encadenaba obligandolo a accionarla, y si eran condenados a muerte, se les crucificaba.

Estos duros y malos tratos produjeron en mas e una oportunidad revueltas entre los esclavos, se podía salir sin embargo de la esclavitud comprandose a si mismo con la ayuda del Peculio ( Pequeño salario) o inclusive por el solo capricho de su amo accedían a la libertad, aunque, claro esta, esto no sucedía frecuentemente. El liberto, no accedía a la condición de ciudadano, tampoco su descendencia, únicamente su nieto, es decir la tercer generación gozaba el derecho del hombre libre...

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